El verdadero origen de la crisis de vivienda: el dinero roto

Por Arturo Millet González

Por qué la inflación monetaria está expulsando a millones del mercado y cómo Bitcoin puede corregirlo.

México, al igual que muchos países alrededor del mundo, está pasando por una crisis de vivienda. En los últimos 10 años, el precio promedio de una vivienda en México pasó de $627,000 MXN en 2014 a $1,736,349 en 2024, un aumento del 177 %. Por otra parte, el sueldo promedio mensual pasó de $9,846 a $13,092 en el mismo periodo, un incremento de solo 33 %. Esto significa que el precio de la vivienda en México creció cinco veces más rápido que el ingreso promedio. Fuente: Sociedad Hipotecaria Federal, INEGI (ENOE).

Los números son alarmantes y, como es de esperarse, no han pasado desapercibidos. Académicos, políticos, activistas y, por supuesto, jóvenes que ven cada vez más lejos la posibilidad de tener una casa propia, se han hecho escuchar. La derecha culpa al gobierno y al exceso de regulaciones, la izquierda a la “especulación” y gentrificación. Activistas y colectivos exigen al gobierno que intervenga. Proponen otorgar subsidios, regular plataformas de alquiler como Airbnb, entre otras medidas.

Pero nada de esto va a la raíz del problema…

El problema es el mismo que la solución: el dinero.

La teoría monetaria moderna

Durante el último siglo, el mundo de la economía ha estado dominado por la teoría monetaria moderna, basada en las obras de John Maynard Keynes. Una de las doctrinas de esta teoría es que el gobierno debe intervenir activamente en la economía para impulsar el crecimiento y aliviar las crisis. Esta es la teoría económica que se enseña en las universidades más prestigiosas del mundo y, por lo tanto, la que más influye en las políticas de gobiernos y bancos centrales.

Los Keynesianos consideran que el ahorro es perjudicial para la economía porque reduce el gasto agregado, por lo que impulsan políticas destinadas a desincentivarlo. Una de sus principales herramientas es fijar como meta una inflación anual del 2 %. La herramienta que usan para lograr este objetivo es la expansión de la masa monetaria – imprimir dinero. Al erosionar deliberadamente el poder adquisitivo del dinero, buscan que las personas se vean forzadas a gastar en lugar de ahorrar. En su lógica, este consumo inducido artificialmente impulsa el crecimiento económico.

Aunque la intención es fomentar la inversión y estimular el crecimiento de la demanda agregada (es decir, la demanda total de bienes y servicios dentro de una economía), siempre hay consecuencias no deseadas cuando los incentivos económicos son manipulados por fuerzas externas. – Parker Lewis.

Cuando las personas comprenden que su dinero está estructuralmente diseñado para perder, al menos, un 2 % de su valor cada año, se ven obligados a elegir entre tres opciones:

1) Ahorrar en pesos (o la moneda de curso legal en su país) y ver cómo el fruto de su trabajo pierde su valor año con año por la depreciación.

2) Gastar su dinero inmediatamente. Esto es lo que los economistas quieren lograr con su política monetaria inflacionaria, ya que lleva al incremento del PIB.

 3) Buscar una alternativa que funcione como una verdadera reserva de valor. Es decir, un activo que mantenga su poder adquisitivo con el menor riesgo posible.

La cultura de los bienes raíces como reserva de valor

La forma en que cada sociedad responde a este dilema varía según su historia, cultura económica y tradiciones financieras. En Estados Unidos, la respuesta más común ha sido los fondos indexados. En la India, el oro. ¿Y en México? Los bienes raíces.

En México, los bienes raíces —ya sea tierra, casas o departamentos— han sido históricamente mucho más que un lugar para vivir: son percibidos como una forma de proteger el valor del dinero. Esta visión está profundamente arraigada en la cultura financiera del país, donde invertir en propiedades se ha convertido en sinónimo de seguridad y estabilidad.

Parte de esta preferencia tiene raíces históricas. Las crisis económicas recurrentes —especialmente la devaluación de 1994— dejaron una huella profunda en la memoria colectiva. Millones de personas vieron cómo sus ahorros desaparecieron de un día para otro, lo que alimentó una desconfianza generalizada hacia los bancos, el peso y, en general, cualquier instrumento financiero que no fuera tangible.

En ese contexto, los bienes raíces emergieron como la reserva de valor por excelencia. Son tangibles, visibles y —a diferencia del dinero— no pueden ser devaluados por decreto. Así, la propiedad se convirtió en el mecanismo predilecto de ahorro en México, alimentando una demanda constante que trasciende necesidades habitacionales y que, como veremos, tiene consecuencias profundas en el acceso a la vivienda.

El precio de huir de la inflación

El resultado de esta dinámica es que la vivienda en México ha dejado de responder únicamente a una lógica de uso —vivir en ella— y ha pasado a funcionar como un activo financiero, acumulado como refugio ante la inflación. Esto ha generado una demanda artificial que no está basada en la necesidad habitacional, sino en la búsqueda de resguardo patrimonial. El efecto es claro: los precios suben, no porque falten casas, sino porque sobran pesos que buscan dónde protegerse. Así, muchas viviendas terminan vacías o subutilizadas, mientras millones de mexicanos quedan excluidos del mercado por no poder competir con quienes compran como estrategia financiera. Y mientras más se deprecia el peso con el que los mexicanos reciben sus sueldos, más se aprecian las propiedades, beneficiando aún más a los dueños de estas y dejando a cada vez más mexicanos sin la posibilidad de algún día poder tener una casa propia.

Entre 2008 y 2023, el precio promedio de la vivienda en México creció más del 150 %, mientras que los ingresos promedio apenas aumentaron un 80 %, sin considerar inflación. (Fuente: Sociedad Hipotecaria Federal, ENOE). Tan solo entre 2014 y 2024, el valor promedio de una vivienda aumentó más del 70 %, mientras que el salario promedio creció apenas un 45 %.

Esta desconexión ha generado un fenómeno de exclusión: cada vez más personas, especialmente jóvenes, se ven incapaces de adquirir una propiedad, aun teniendo un empleo formal y bien pagado. Al verse incapaces de adquirir una vivienda y sentir que el sistema está arreglado en su contra, muchos jóvenes se han puesto la tarea de encontrar un culpable. La marcha en contra de la gentrificación que tomó lugar el 4 de julio en la CDMX es un ejemplo claro de esto.

Algunos, van incluso más lejos. El día de la marcha, me encontré con el siguiente texto en Instagram, publicado por la cuenta @politicabasica:

“Podríamos correr a todos los extranjeros de México y la gentrificación seguiría ocurriendo

Las externalidades negativas de la gentrificación como la falta de vivienda, expulsión de población y encarecimiento de la vida seguirán ocurriendo, pues la raíz del problema está en nuestro sistema económico, específicamente en tratar a la vivienda como un activo financiero.

Esto está anclado en nuestra misma forma de vida socioeconómica... Con o sin extranjeros.

Sin embargo, he entendido que la gente necesita una cara a quien culpar para poder hacer catarsis de la situación y esperanzarse con que esto puede cambiar. Es ilógico que menos del 1% de los jóvenes adultos de esta ciudad tengan el ingreso necesario para adquirir una vivienda propia.

Por eso el día de hoy se realizó una manifestación en la colonia Condesa de la Ciudad de México donde se manifestaron contra la gentrificación y la población extranjera rica que viene a aprovecharse de su mayor poder adquisitivo.

No existen soluciones mágicas a muchos de los problemas sociales…Bueno aquí sí y va ligado con cambiar nuestro sistema de producción capitalista y el sistema financiero, pero se espantan al momento de escuchar que la vivienda es un derecho.”

 

La persona que escribió este texto fue más lejos en su análisis – y en su solución – que la gente que culpa a la “gentrificación” por la crisis de vivienda. Está en lo correcto al mencionar que la crisis de vivienda está ligada a su uso como un activo financiero. Sin embargo, esta persona concluye que el uso de la vivienda como un activo financiero es una característica inherente del capitalismo y, por lo tanto, tenemos que acabar con este sistema.

Otro caso de una persona que hace un análisis profundo, pero llega a la misma conclusión incorrecta es el de Carla Escoffié. En su libro País Sin Techo, habla de “la financiarización de la vivienda” y la define como “la conversión de la vivienda en un producto financiero sujeto a la especulación. También acierta al observar que, como resultado de este proceso, la tierra ha comenzado a funcionar como una divisa. En el capítulo dedicado a la especulación inmobiliaria en Mérida —donde constantemente demoniza la especulación y aboga por una mayor intervención del estado— Escoffié señala que “hay un proceso de especulación que está afectando el acceso a la vivienda”. Sin embargo, nunca se detiene a indagar cuál es la raíz de esa especulación.

Estas personas concuerdan conmigo en que el uso de la vivienda como un activo financiero es un problema, sin embargo, nunca se preguntan cuál es la raíz de este fenómeno y sugieren la intervención del estado o incluso la abolición del capitalismo como la solución. Como mencioné antes, la razón por la que la vivienda se usa como un activo financiero es que los gobiernos, a través de la expansión de la masa monetaria, devalúan el dinero, obligando a todos a buscar una reserva de valor confiable. La inflación no es una característica inherente del sistema capitalista, es creada por los gobiernos a través de la expansión de la oferta monetaria.

“La inflación no ocurre por la codicia de los empresarios, ni por la avaricia de los sindicatos, ni por los aumentos de precios individuales. Ocurre cuando la cantidad de dinero en circulación crece más rápido que la producción de bienes y servicios. Siempre que veas inflación persistente, puedes estar seguro de que el banco central ha estado expandiendo la oferta monetaria de forma excesiva.” – Milton Friedman

No necesitamos más intervención. Necesitamos mejor dinero.

No podemos esperar que la solución venga del gobierno. Por más programas sociales, subsidios a la vivienda, regulaciones o desregulaciones que se implementen, nada de eso ataca el origen del problema. Porque el problema no está en las inmobiliarias, ni en los desarrolladores, ni en quienes compran propiedades para proteger su patrimonio. El problema es más profundo: el dinero está roto.

Cuando el instrumento que usamos para medir, planear y ahorrar se devalúa constantemente por diseño, todo lo demás —desde el mercado de vivienda hasta las prioridades de una familia— se ve distorsionado. Nadie puede ahorrar con confianza. Todos deben convertirse en inversionistas forzados o gastar su dinero inmediatamente. Y en ese entorno, la especulación no es una opción: es una necesidad.

Por otro lado, esta desigualdad creada por la inflación naturalmente lleva a los jóvenes y los menos afortunados a buscar culpables. Algunos lo encuentran en la gentrificación, otros en el capitalismo.

Bitcoin como solución estructural

Supongamos que cada individuo tuviera acceso a una forma de dinero que no estuviera programada para perder valor. En lugar de asumir riesgos perpetuos e indefinidos, las personas podrían volver a ahorrar, y el resultado sería una mayor estabilidad económica. – Parker Lewis.

Para resolver este problema, lo que necesitamos no es más intervención del gobierno, sino una mejor forma de dinero. Un dinero que no pierda valor con el tiempo. Un dinero que permita a las personas ahorrar con certeza, sin tener que volverse inversionistas inmobiliarios y especuladores solo para mantener el valor del dinero por el que ya trabajaron. Ese dinero existe, y se llama bitcoin.

A diferencia del peso o cualquier otra moneda fiat, bitcoin tiene una oferta limitada, no puede ser impreso por decreto y, por lo tanto, es ideal para proteger el poder adquisitivo a lo largo del tiempo. En un mundo en el que la expectativa es que el dinero mantenga su valor, las personas pueden dejar de especular o hacer inversiones innecesarias para mantener su poder adquisitivo y volver a tomar decisiones económicas con base a sus necesidades y preferencias.

Claramente, bitcoin está aún en etapa de adopción, por lo que su precio es volátil y su uso como medio de cambio es aún muy limitado. Sin embargo, su uso como una reserva de valor a largo plazo se cada vez más evidente. Los beneficios de tener un dinero estable y confiable se reflejarán en el mercado una vez que bitcoin se adopte de forma masiva, pero todos podemos beneficiarnos ahora mismo de esta forma superior de dinero si nos tomamos el tiempo de entenderlo.

Un mercado inmobiliario sin prima monetaria

Si millones de personas ya no tuvieran que convertir sus ahorros en propiedades físicas para proteger su poder adquisitivo, el mercado dejaría de absorber esa presión artificial. Así, los precios reflejarían las necesidades de uso, no la función de reserva de valor. La vivienda volvería a ser un bien de uso: un espacio para vivir y formar una familia, no un activo para protegerse de la inflación.

Los precios reflejarían factores reales como ubicación, servicios, demanda habitacional y calidad de vida, no la presión artificial de millones de pesos buscando refugio. El capital fluiría hacia inversiones productivas, con el objetivo de obtener una ganancia real, no hacia bienes raíces con el objetivo de seguirle el ritmo a la inflación. Los jóvenes podrían ahorrar en un dinero que se aprecia con el tiempo, con la esperanza de comprar una casa para hacerla su hogar y crear una familia.

Más que eficiencia: dignidad

El uso de Bitcoin como dinero tiene el potencial de transformar no solo nuestras finanzas personales, sino también la estructura misma de los mercados. Al eliminar la prima monetaria que hoy infla artificialmente el valor de activos como la vivienda, Bitcoin permitiría que los precios reflejen necesidades reales, no el pánico monetario. Esto hará más eficiente la asignación de capital y permitirá que la vivienda recupere su propósito original: ser un lugar para vivir.

Pero más allá de los efectos técnicos, hay algo más profundo en juego: la posibilidad de ahorrar sin miedo. De tomar decisiones económicas basadas en planes, no en urgencias. De recuperar la libertad de vivir sin que cada peso ganado tenga fecha de caducidad. Bitcoin no es solo una tecnología financiera; es una herramienta para restaurar la dignidad económica de millones de personas que hoy están atrapadas en un sistema que castiga la prudencia y premia la especulación forzada.

En ese sentido, la adopción de bitcoin representa mucho más que una evolución monetaria: representa esperanza.

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